Friday, December 23, 2005

El ojo pre moderno de Aristóteles

Antes del acontecimiento epocal, en que el advenimiento del mundo moderno desplazó al paradigma de la medioevidad, asistíamos a un tiempo marcado por un orden heterónomo, donde todo era pre-dado, decidido desde una esfera externa a la voluntad y a la existencia humana.
Antes del entronamiento del poder de la razón, antes de que el hombre se situara en el centro del Universo y el sujeto se encontrara cara a cara con su protagonismo y su autonomía, los ejes del devenir humano hacían polo en continentes deshabitados de hombres.
Naturaleza, Kosmos o Dios, fueron en la ética pre-moderna los que animaron al mundo como el titiritero a sus muñecos. El hombre sencillo y pequeño, era entonces el actor secundario de una creación cuyas directrices eran regidas con total indiferencia a los intereses humanos.
Mientras en el paradigma medieval, el ser humano se hallaba en un punto espacio temporal ubicado entre la inmanencia de la piedra y la trascendencia de Dios; en el esquema ético griego sólo era visible -a través de su expresión social: la polis- en un minúsculo rincón del inconmensurable kosmos.
En el mundo aristotélico, la pregunta era sobre la Naturaleza, y en ese contexto, tan válida era la interrogante sobre la naturaleza humana como la que exploraba la naturaleza del viento.
El principio constitutivo que abría y cerraba todo el discurso sobre la realidad, era la Naturaleza y el mundo conjunto de todas las cosas existentes era el Kosmos. Era un orden objetivo, sin dudas ni sospechas, expresado en todo lo vivo y bullente, en el mar y en el fuego, en las cosas y los seres que poblaban el Universo.
La des-sacralización de la Naturaleza y la distancia que existe hoy entre Ser y Naturaleza no se había expresado. El hombre era parte de un todo, en el que los dioses eran reales y se movían como él, aunque en una esfera superior, en el telón de fondo del Kosmos. En este contexto, el filosofar fue un intento humano por liberarse, a la manera de Prometeo, del capricho de los dioses. La autorreflexión crítica, de alguna manera, irrumpe para “competir” con los dioses a la hora de trazar los destinos de la existencia.
Pero para acceder a la libertad del pensamiento el hombre debe interlocutar con la esencia: la llave que abre esa posibilidad es el Logos. Este principio inteligible que conecta a la razón humana con la Naturaleza, permite al hombre percatarse de la naturaleza de las cosas y ecualizar la sintonía de sus actos con el Kosmos. El principio orientador de los actos se resuelve en la naturaleza propia de cada acto, y como la naturaleza del hombre pertenece al conjunto de los hombres, a la sociedad, la medida ética del hombre será la naturaleza social.
La comunidad política: la polis, será entonces el sujeto de la ética; no el individuo, cuya posibilidad de ser persona está supeditada a la pertenencia social. La polis sabe, más que cada individuo en particular, lo que es correcto o incorrecto. De esta manera, si hay conflicto entre el bien individual y el bien de la polis, siempre será el bien social el que impere y se superponga. Pero como lo que quiere la polis es la felicidad del hombre, el buen vivir y la virtud, no hay razón para que se produzca el enfrentamiento. Un Estado virtuoso hará personas virtuosas y viceversa.
En la ética aristotélica, el hombre no es por naturaleza de ninguna manera, como modo de ser, y es en lo social donde se forma, se desarrolla y se convierte en persona. La orientación siempre tiende a la vida perfecta, a la felicidad, que es un fin en sí mismo, que no muta y está ahí permanentemente como una meta a alcanzar.
Para Aristóteles, toda acción tiene una dirección y el motor es el fin. El fin supremo, el de todos los fines, es la felicidad, que se identifica con el bien perfecto y con la vida perfectamente virtuosa. La felicidad para Aristóteles es una actividad del alma en acuerdo con la virtud perfecta. Esta virtud se la identifica por su sabiduría y su prudencia, que la ubican siempre en un justo medio.
Pero la virtud no está en el hombre por naturaleza; es preciso educarla. En la enseñanza de la experiencia, las dianoéticas y en el hábito y las costumbres, las éticas, todas las virtudes exigen acciones, prácticas, y por tanto no existen sino después de la mediación de los sentidos. Las virtudes humanas no son buenas o malas, sintonizadas o des-sintonizadas con la naturaleza, los modos de ser se forman durante la vida determinando virtudes o vicios que surgen de las acciones repetitivas u “operaciones semejantes”. En este contexto, placer y dolor son los ejes de las acciones que persiguen la virtud; no sólo hacemos lo malo a causa del placer o nos apartamos del bien por el dolor. Servirse de placer y dolor, será bueno o malo de acuerdo con la actitud con que los recibamos, los persigamos o los evitemos.
La ética pre-moderna, en su versión aristotélica, se identifica con una abstracción de las leyes de la naturaleza adecuadas a la comunidad política y en sintonía con la naturaleza social del hombre. La verdad, el ser y la totalidad, que tanto torturan al pensamiento moderno, son conceptos definidos, más allá de toda sospecha. El mundo está dado, hecho, resuelto, sin la comparecencia del ser humano. Por eso no hay más que aceptar la realidad e intentar alcanzar la felicidad a través de la observación estricta de la Naturaleza y las leyes del Kosmos.

No comments: