Saturday, December 24, 2005

¿es el neoliberalismo una ideología?

Es complejo, desde la experiencia de un país como el nuestro, abstraerse a la certidumbre de que el neoliberalismo es una ideología y de que, además, lo es con una doctrina exógena.
En el modo como cayó sobre el Chile de mediados de los 70’, es evidente que no se trataba de una opción política local o de una elucubración diseñada por nuestros intelectuales. El neoliberalismo apareció por el norte, con su ejército de ejecutivos cargados con los instrumentos contrarrevolucionarios necesarios, para borrar del mapa identitario nacional, todo vestigio de socialismo, cooperativismo y planificación centralizada.
Antes de avanzar sobre el resto de Latinoamérica, se probó en Chile con detenimiento.
Como un ensayo general del modelo de mundo que se estaba planificando en los salones de Washington y Londres, los comienzos del neoliberalismo chileno tuvo avances y retrocesos, éxitos y derrotas, hasta ajustar todas las piezas necesarias para instalar un sistema completamente concadenado y eficaz.
El neoliberalismo hizo de sí mismo, en Chile, una de las expresiones más perfectas de hegemonía ideológica. Logró, en apenas 20 años, plantarse como si hubiera existido siempre, como si sus valores formaran parte de la más profunda identidad nacional, como si la historia económica, política y social vividas en nuestros 200 años de formal independencia, no hubieran aportado otros rumbos, por contraste o por experiencia, a las posibilidades de las trayectorias futuras.
Entre sus antiguas y profundas raíces, la ideología que llegó, vino de avalada por el poder político Thatche-Reagan. A cargo del marco teórico, la filosofía de sustento y la metodología pertinente, estuvieron los profesores Milton Friedman y Friedrich von Hayek.
El neoliberalismo sistematizado, traducido, organizado, intelectualizado, producido y envasado por la Universidad de Chicago, fue un paquete irrenunciable para los países del tercer mundo que, en esos convulsionados tiempos, se debatían entre la pobreza de sus pueblos y los ánimos agitados de revoluciones realizadas, inminentes o posibles.
El escenario era propicio para la intervención. Pocos países del Sur pasaron por la segunda mitad del siglo XX, sin alzamientos, sediciones o golpes militares para prevenir, reprimir o realizar la revolución o cualquier otro tipo de conflicto armado interno. En ese contexto, cualquier idea de desarrollo posible (todavía más si venía asociada al compromiso financiero del FMI), era una tabla de salvación para los inconscientes caudillos que frecuentemente lideraban los procesos políticos de los países más pobres.
En el Primer Mundo, entretanto, la inmovilidad política doméstica definida por los pactos de la Guerra Fría, concedía el momento de calma necesaria para aplicarse en tareas más finas. Las carpetas con ideas filosóficas, las propuestas en espera, los libros inconclusos por falta de tiempo, hallaron el espacio prometido para su desarrollo y difusión. Las Universidades y los Centros de Estudios bullían de eurekas.
Jibarización del Estado, monetarismo a ultranza, control de la inflación como prioridad económica (lo que redundó en la extinción de las bancas centrales como controladoras de los recursos financieros soberanos) y el neoestructuralismo aplicado al mercado del trabajo y a las necesidades sociales de los más pobres, fueron los estandartes de la cruzada neoliberal.
Los tiempos del liberalismo, entendido como libertad para el hombre a través de su protagonismo social y de la regulación y control de las máquinas del desarrollo como la economía, habían llegado a su fin. La autonomía se alejaba del hombre y se convertía en un concepto mucho más abstracto, asociado ahora al mercado vivo, autosuficiente y ordenado en perfección cuando se libera toda su potencia.
Tal es el nuevo credo: el mercado libre, demiurgo de la sociedad; el que eliminó de entrada toda discusión sobre las estrategias del futuro y así, sin más preguntas por lo necesario, por lo justo, por lo ético, inauguró un nuevo paradigma en el marco de la modernidad. Un modelo competitivo y eficiente, donde la marcha de la humanidad se hizo más rápida, pero menos humana.

Andrea Rodríguez Chiffelle
ESODE XI UAH

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